Aquel hombre estaba muerto. No tan muerto como el
sufragio efectivo, porque todavía no apestaba, pero viéndolo no cabía duda de
que su alma había sido recogida por el creador.
El
cuerpo descansaba sobre un sillón. Tenía la víctima dos tiros en la cabeza y,
lo más curioso, en la mano derecha sostenía fuertemente apretada una lata de
sardinas.
El
infeliz sargento Vélez no daba pie con bola. Estaba desesperado. No había el
menor indicio. Un vidrio en la puerta de la cocina había sido roto y por el
hueco el asesino metió la mano para abrir la puerta y penetrar en la casa.
La
víctima se llamó en vida Felipe Sánchez y vivía con su esposa y dos niños. La
señora había ido al cine con los chicos y el asesinado había quedado solo, pues
la criada salió esa tarde de paseo. La hora del crimen fue fijada a las seis de
la tarde.
Lo
que Vélez menos entendía era lo de la lata de sardinas. La esposa aseguró al
sargento que en la casa no había ninguna lata de sardinas cuando ella salió
sospechó que don Felipe pudo salir a comprarla por antojo, pero el tendero de
la esquina declaró que la víctima no le compró la lata, aunque reconoció ésta
como de la marca de las que tenía en existencia. Esa tarde había vendido tres
latas, pero no recordaba a quién, porque era vigilia y los compradores no eran
clientes habituales.
Cuando
el sargento Vélez comprendió que no daba el ancho, se vio precisado a recurrir
a Péter Pérez, el genial detective de Peralvillo. Era el único que lo podía
sacar del atolladero.
El
sargento despachó una patrulla para que recogiera a Péter en su accesoria y
acudiera al lugar del crimen.
PETER
SE DESCONCIERTA CON LAS NOTICIAS DE LOS PERIÓDICOS
Péter
Pérez descansaba en su accesoria de Peralvillo. El genial detective leía el
diario sentado, no en un mueble de alto precio, pero sí en comodísima silla de
madera y cáñamo, adquirida en el mercado “Hidalgo” en uno cincuenta, por ser
mueble para cocina, y previo regateo con la marchanta.
Comenzó
a leer y movió la cabeza. No podía creer lo que sus ojos leían. El diario
informaba, precisamente, sobre los triunfos del PRI.
-No
puede ser –pensaba en voz alta el maravilloso criminalista- yo debo estar loco.
La gente votó por los otros y salieron los del PRI. Necesito ver a un
especialista.
Yo
iba a salir, cuando se acordó de lo que es la política mexicana y volvió las
páginas del periódico para concentrar su atención en las notas deportivas.
En
esos momentos llegó el policía destacado por Vélez y se llevó a Péter.
Cuando
Péter llegó a la casa del crimen observó la posición del cadáver y se quiso
guardar, disimuladamente, la lata de sardinas, pues como se sabe, siempre anda
en la brujez más grande.
Le
quitaron la lata, por ser pieza de convicción en el delito.
LAS PREGUNTAS
IDIOTAS QUE NUNCA FALTAN CUANDO INTERVIENE PÉTER PÉREZ
El
sargento Vélez estaba pendiente de los labios de Péter, sin atreverse a hablar,
esperando sin duda la solución rápida del misterioso homicidio.
Péter,
lejos de dar la clave, se decidió a interrogar a la viuda.
-¿Qué
es lo que más detesta en este mundo? –preguntó el genial detective de
Peralvillo.
-La
poesía, señor.
-¿Le
gustan los quesos de Toluca? –volvió a inquirir Péter.
-Algo,
señor, pero me agradan mucho más los de mi tierra: San Juan del Río.
-¿Qué
clase de colorete usa usted? –dijo Péter.
-Ninguno,
señor –respondió la viuda- estas chapas son naturales.
-¿Cuántos
años tiene usted de casada?
-Dos
años, señor…
-Y
estos niños de cinco y siete años son sus hijos o se los sacó usted en una rifa? –inquirió Péter.
El
sargento, desesperado y sin poder soportar más, interrumpió.
-Esa
es su vida privada, Péter, no se meta usted.
El
maravilloso detective de Peralvillo alzó una mano, como pidiendo silencio, y
continuó, dirigiéndose a la señora:
-Usted
es muy guapa. De novia debe haber estado monísima. A propósito, yo soy un
adorador de la belleza femenina, pero sin mala intención, enséñeme el retrato
de casada.
-No
tengo ninguno, señor –respondió la viuda-, y gracias por sus conceptos, pero
todo es favor que usted me hace.
Péter
dio dos vueltecitas por la pieza. Pidió ver las declaraciones de la señora, que
había tomado un escribiente en su máquina portátil, le echó al sargento Vélez
un jaque de treinta pesos, se caló la gorra a cuadros, se colocó las barbas
postizas, encendió su pipa y dijo:
-Nos
vimos…
Y
salió dejando al sargento sin saber qué hacer.
OCHO DÍAS SIN
NOTICIAS DE PÉTER PÉREZ
Péter
se perdió durante una semana. Vélez creía que era por no darle la cara por los
treinta pesos. El crimen seguía sin resolverse y el sargento no le encontraba
pies ni cabeza al “misterio de la lata de sardinas”, nombre con el que el
redactor de un diario había bautizado al homicidio de don Felipe.
Una
mañana se presentó Péter en el despacho del sargento Vélez. En cuanto lo vió,
este último saltó de su asiento y se abalanzó sobre Péter.
-¿Trae
ya la resolución del crimen? –preguntó ansioso.
Péter
no respondió nada.
-¿Y
mis treinta pesos? –dijo Vélez, algo molesto, creyéndose víctima de un engaño.
-Usted
sabe, sargento, que no tengo ni quinto. Vine a invitarlo a visitar a un amigo
mío que es escritor.
Vélez
se negó, pero el genio de Peralvillo logró convencerlo y salieron juntos.
Llegaron
a un edificio de departamentos, muy modestito, en la colonia Guerrero. Péter
llamó en el número siete, del tercer piso.
-¿Quién
es? –preguntó cautelosamente una voz.
-Su
amigo Pérez, el impresor de libros.
-Pase
usted –la puerta se abrió y apareció un individuo de aspecto humilde y algo
astroso.
El
sargento fue presentado y los tres pasaron a una salilla estrecha y pésimamente
amueblada. Péter le tuvo que dar un codazo al sargento, que muy extrañado iba
ya a preguntarle si ahora se dedicaba a negocios de imprenta.
-Mi
amigo Federico –explicó el detective de Peralvillo- es uno de los mejores
escritores del México actual, sargento. Tiene el alma de proletario, pues de
día trabaja como chofer de camión de pasajeros y en la noche compone poesías.
Yo le voy a publicar su libro. Díganos algunas de sus composiciones poéticas
favoritas –suplicó Péter.
-¿Cuáles
queren? Tengo munchas, algunas ya publicadas en programas de cine y algunas
revistas: “Te juites, ingrata”, “Me dejates, maldita”, “Tu vida pagará”.
Y
durante veinte minutos Federico estuvo recitando unas cosas de espanto. Péter
aguantó el chaparrón. Vélez bostezaba, pero no decía nada. De repente, Péter le
cortó con mucho tacto:
-¿Dice
usted que las tiene publicadas? ¿Bajo su firma?
-Claro
–exclamó Federico-, yo firmo todo lo que hago. Soy tan fiel a eso que firmo
hasta un anónimo…
Péter
rió celebrando la agudeza de Federico, pero se contuvo, porque no había sido
agudeza. El hombre lo había dicho creyendo que quedaba bien con “su impresor”.
Vélez permaneció impertérrito, pues su intelecto, que lo puede llevar muy alto
en la política, tal vez hasta a un ministerio, no le permite percatarse de
muchas cosas.
Pero
apenas se apagó el eco de la risa, Péter Pérez hizo una pregunta al desgaire,
como no dándole importancia a la cosa:
-¿Por
eso firmó usted el asesinato de don Felipe, verdad?
Federico
dio un salto, descolgó un retrato de la pared y quiso huir de la habitación.
-Entregue
usted ese cuadro al sargento –ordenó Péter-. Es inútil que se resista o quiera
escapar. Está usted perdido.
-Deme
el cuadro –exigió Vélez al chofer del camión, y luego en voz baja, y con cierto
respeto, preguntó a Péter:
-¿Para
qué lo quiere?
-Si
usted no fuera un tonto, sargento, hubiera visto, al entrar, que ese cuadro es
el retrato de bodas de este hombre, y fíjese quién es su esposa…
Después
de ver el cuadro, Vélez exclamó:
-¡Ah,
chirrión! Si ésta es la viuda del muerto…
-Sí,
la viuda postiza del muerto, pero la esposa legítima de este hombre –exclamó,
Péter. Lo averigüé yendo a San Juan del Río, donde conocí toda la historia. Y preguntando
aquí y allá supe la dirección de este sujeto. Me presenté con el pretexto de
que era yo impresor de libros. Recuerde usted que la viuda me dijo que
detestaba la poesía. Abandonó a su marido y padre de sus hijos, porque es un
poeta malísimo. Imita a García Lorca con muy poco éxito, usted ya lo oyó,
aunque seguramente usted, sargento, no sabe ni quién fue García Lorca, pero eso
es harina de otro costal. Vayamos al asunto. Para vengarse de Felipe, que se
llevó a su mujer y a sus hijos, lo mató. Entré en sospechas al pedir a la viuda
un retrato de su boda. ¿Qué mujer no lo tiene? Ella no lo tenía por la sencilla
razón de que no estaba casada con Felipe.
-Pero
usted dice que este sujeto firmó el crimen –dijo Vélez-. ¿Dónde está la firma?
-La
lata de sardinas, sargento –explicó Péter.
-¿La
lata?
-¡Claro!
Este hombre es camionero, y una lata de sardinas, por lo apretadito, es lo más
parecido que existe a un camión.
El
asesino confesó su delito. Vélez se cubrió de gloria con sus jefes y Péter
Pérez se retiró a pie a su accesoria de Peralvillo. No tenía ni para el camión,
pero por el camino, mientras iba contando las calles, pensaba que la
inteligencia, la honradez y el genio no dan dinero, en cambio, hay tantos que
andan en “Cadillac” sin merecerlo…
**Tomado del libro “AVENTURAS DEL DETECTIVE PÉTER PÉREZ”.
¡Muchas gracias por compartir este cuento!
ResponderEliminarMuchas gracias, me sirvió mucho para mi tesis. Gracias miles!!
ResponderEliminarmuy buen cuento
ResponderEliminarel cuento es legendario
ResponderEliminargrax era para tarea
ResponderEliminarLo mío también
EliminarGrandiosa historia, a mí me encantan las historias de secretos, muy buena. 👍👏
ResponderEliminarXD
ResponderEliminarXD
ResponderEliminarXD
ResponderEliminarskibidi toilet
ResponderEliminarbrrrrrr skibidi dop dop dop yes yes
ResponderEliminarNmms
EliminarNmms
Eliminar