--El volkswagen verde placas 381 BHX, favor de orillarse.
Un oficial de elevada estatura descendió de la patrulla. Con
una linterna sorda revisó el interior del automóvil. Me pidió mi licencia de
conducir y luego preguntó: ¿A usted lo quieren? No lo sé, respondí.
--Lo siento mucho, tendrá que acompañarme a la
delegación.
--Pero no cometí ninguna infracción –repliqué.
--Eso cree usted amiguito. Y se montó en el auto a un
lado de mí. Hizo una señal intermitente en la oscuridad a su compañero y me
ordenó seguirlo. Dimos varias vueltas antes de llegar. Comprendí que intentaba
ganar tiempo para que le ofreciera dinero; no lo hice porque estaba consciente
de no haber cometido ninguna falta de tránsito. Así, después de varias horas,
llegamos ante el juez calificador.
La sala estaba
llena de arrestados; sonaban los teléfonos, los policías gritaban pidiendo
orden, silencio… Algunas mujeres y hombres lloraban. Otros se veían con
desprecio entre sí frente a los niños, que seguro eran sus hijos, quienes
captaban atónitos esas miradas.
El oficial me
presentó al juez, dijo que mi licencia estaba vigente, pero que ignoraba si me
querían.
--¡¿Cómo?! –dijo el juez indignado.
--Así es –repuso tristemente el corpulento oficial.
--¡Pero cómo se atreve a andar en la calle sin saber si
lo quieren! ¡Qué irresponsabilidad! ¿Tiene teléfono a dónde avisar que está
usted detenido?
Repetí dos
números telefónicos a quemarropa, mismos que un oficial joven anotó apresurado
y le puso al juez un teléfono en su escritorio. Marcó el primer número y
preguntó si me conocían, después si me querían. Me lanzó una mirada compasiva y
colgó. Marcó el otro número e hizo lo mismo, suspiró y dijo: ni hablar, tendrá
que permanecer aquí hasta que alguien pueda probar que lo quiere. Estando así,
es usted un peligro.
El oficial que
anotó los teléfonos, tomándome del brazo, me llevó a una pequeña celda. En ese
momento salía un hombre que miraba incrédulo a una mujer joven que lo abrazaba.
El policía me dijo al oído: Este imbécil estuvo un mes aquí hasta que recordó
el número telefónico de esa muchacha y ella probó que lo quería. Ahora está
libre. Ja.
Yo pedía que
cuidaran mi coche para que no le robaran el radio. Pensaba que en cuanto saliera,
me ocuparía más en saber si me querían.
Te quiero, oí.
Pero una mujer lo decía en la reja de enfrente y un hombre salía tendiéndole
los brazos.
Pero es que no
te quiero, oí otra vez y me desplomé sobre la cama de cemento; era en la celda de
al lado y un hombre gemía.
Dibujo todas
las noches un rostro femenino en la pared de la celda y la paso escuchando: te
quiero y, no te quiero.
**Tomado del libro "JAULA DE PALABRAS", antología realizada por Gustavo Sáinz.
**Tomado del libro "JAULA DE PALABRAS", antología realizada por Gustavo Sáinz.
muy bueno, kafkiano
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