Sobre el
lomo de un perro callejero que pasaba el invierno echado junto al anafre de
doña Lola, la de los tamales, estaba una colonia de pulgas que se resguardaban
del frío y del hambre a costillas del pobre animal. De entre todas se
encontraba una muy friolenta que buscaba un lugar caliente desesperada. En su
búsqueda fue a dar a la ingle del perro. Inmediatamente, al sentir la picazón,
se levantó y se mordió en defensa de su flaco cuerpo y se ensalivó. La pequeña
pulga, para ponerse a salvo, corrió por la panza del can y llegó hasta el
pescuezo aferrándose con sus patas para no caerse. El perro, inútilmente, trató
de quitarse a la pulga con su pata trasera rascándose con mucha fuerza.
--¿Qué te
pasa, Canelo?, ¿Te pican las pulgas? --Le preguntó la anciana que vendía los
tamales.
El
animalito miró atento a la señora al escuchar su nombre, y se puso aún más
cuando la mujer aquella le obsequió un tamal. Al tomarlo con el hocico se
acercó al anafre y el fuego calentó su piel. La pulga friolenta, que estaba
sujeta al pescuezo de Canelo, sintió el calor y fue en busca del lugar de donde
provenía. Subió a la oreja izquierda y saltó, ni tarda ni perezosa, a la
hoguerita del brasero.
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