viernes, 20 de diciembre de 2013

¿A Usted Lo Quieren? -1980- (Humberto Rivas)


--El volkswagen verde placas 381 BHX, favor de orillarse.
          Un oficial de elevada estatura descendió de la patrulla. Con una linterna sorda revisó el interior del automóvil. Me pidió mi licencia de conducir y luego preguntó: ¿A usted lo quieren? No lo sé, respondí.
--Lo siento mucho, tendrá que acompañarme a la delegación.
--Pero no cometí ninguna infracción –repliqué.
--Eso cree usted amiguito. Y se montó en el auto a un lado de mí. Hizo una señal intermitente en la oscuridad a su compañero y me ordenó seguirlo. Dimos varias vueltas antes de llegar. Comprendí que intentaba ganar tiempo para que le ofreciera dinero; no lo hice porque estaba consciente de no haber cometido ninguna falta de tránsito. Así, después de varias horas, llegamos ante el juez calificador.
          La sala estaba llena de arrestados; sonaban los teléfonos, los policías gritaban pidiendo orden, silencio… Algunas mujeres y hombres lloraban. Otros se veían con desprecio entre sí frente a los niños, que seguro eran sus hijos, quienes captaban atónitos esas miradas.
          El oficial me presentó al juez, dijo que mi licencia estaba vigente, pero que ignoraba si me querían.
--¡¿Cómo?! –dijo el juez indignado.
--Así es –repuso tristemente el corpulento oficial.
--¡Pero cómo se atreve a andar en la calle sin saber si lo quieren! ¡Qué irresponsabilidad! ¿Tiene teléfono a dónde avisar que está usted detenido?
          Repetí dos números telefónicos a quemarropa, mismos que un oficial joven anotó apresurado y le puso al juez un teléfono en su escritorio. Marcó el primer número y preguntó si me conocían, después si me querían. Me lanzó una mirada compasiva y colgó. Marcó el otro número e hizo lo mismo, suspiró y dijo: ni hablar, tendrá que permanecer aquí hasta que alguien pueda probar que lo quiere. Estando así, es usted un peligro.
          El oficial que anotó los teléfonos, tomándome del brazo, me llevó a una pequeña celda. En ese momento salía un hombre que miraba incrédulo a una mujer joven que lo abrazaba. El policía me dijo al oído: Este imbécil estuvo un mes aquí hasta que recordó el número telefónico de esa muchacha y ella probó que lo quería. Ahora está libre. Ja.
          Yo pedía que cuidaran mi coche para que no le robaran el radio. Pensaba que en cuanto saliera, me ocuparía más en saber si me querían.
          Te quiero, oí. Pero una mujer lo decía en la reja de enfrente y un hombre salía tendiéndole los brazos.
          Pero es que no te quiero, oí otra vez y me desplomé sobre la cama de cemento; era en la celda de al lado y un hombre gemía.

          Dibujo todas las noches un rostro femenino en la pared de la celda y la paso escuchando: te quiero y, no te quiero.


**Tomado del libro "JAULA DE PALABRAS", antología realizada por Gustavo Sáinz.

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